Así pues, ávidos de saber, hoy hablaremos de la alimentación periodística.
Ante un trabajo tan duro y de tan gran desgaste físico, pero sobre todo mental, como el periodístico, la dieta que ha de mantener el buen comunicador que se precie para que su organismo pueda responder en cualquier situación ha de ser equilibrada y completa.
Esto es así ya que en cualquier momento se puede desatar la noticia y hay que salir corriendo velozmente hacia la ventana de la redacción para ver la tía buena de turno que pase por la calle.
La alimentación del periodista se basa en tres tipos, que se diferencian en la fuente de la que proceda dicho alimento. A saber:
1.- Los alimentos que son adquiridos por el propio periodista.
2.- Los alimentos que se encuentra tirados en el suelo.
3.- Los alimentos que son ofrecidos al periodista por las fuentes emisoras de los hechos o noticias.
En el primero de los casos este alimento se reduce a cualquier cosa que salga de una máquina expendedora y no se quede atrapado en los muelles giratorios de la misma. Así, chocolatinas, pipas, gominolas, potajillos de frutos secos y algún que otro chicle mentolado conforman los nutrientes principales de un comunicador a lo largo de su jornada laboral.
Seguidamente, las comidas tiradas por la calle suponen el 75 por ciento de la ingesta del 95 por ciento de los periodistas y comunicadores del mundo. El 5 por ciento restante de este último porcentaje corresponde a los altos mandatarios de los medios que a pesar de que no se privan de nada, en ocasiones, hay casos registrados, han llegado a comer comida del suelo con tal de que el redactorzuelo de turno no tuviera nada que llevarse a la boca.
En contraposición a estos dos tipos, en la tercera categoría encontramos el principal grupo de alimentos: las comidas gratis, o como se conocen vulgarmente, por la patilla. Este segundo grupo está compuesto por todo aquel comestible que llega al periodista de manera gratuita en forma de almuerzo, cena y/o merendola/meriendacena con la que el pagador (véase emisor de la información) trata, aunque jamás lo admitirá, de sobornar al comunicador.
Es una trampa absurda y pueril ya que los comunicadores tienen un alma férrea e inquebrantable. Una trampa sin sentido, pero de la que se hace buena cuenta ya que el periodista se suele abalanzar sobre cualquier croqueta gratis como si fuera un contrato indefinido. Normalmente el periodista suele embotarse el estómago pero siempre con disimulo, de forma que parece que no le esté dando importancia alguna mientras en su cabeza sólo resuena la palabra “COME”. El periodista se activa en modo “Es la primera vez que como” y se ceba como las ocas.
Es por ello que los periodistas son capaces de desarrollar una técnica comunicativa especial, llamada del Camaleón, para, mientras hablan con, por ejemplo, un concejal de cultura, controlar el devenir y los movimientos al azar de los camareros del catering que llevan las bandejas repletas de canapés y dátiles envueltos en panceta frita.
Aceptar este tipo de ágapes no ponen en peligro la integridad periodística ya que el comunicador ni se entera de lo que le dicen los emisores ya que su única meta es la de llenarse el gañote en el menor tiempo posible.
Para finalizar decir que la única desventaja conocida de este último grupo de alimentos del pequeño trapezoide alimenticio del periodista es que la comida, al ser gratis, engorda el doble. Pero eso le viene bien al comunicador porque así tiene reserva de grasas saturadas para las largas hambrunas de su jornada. Además, que te quedas de un agustico que quién se resiste a meterse tres albóndigas con tomate en la boca a la vez.