martes, 25 de noviembre de 2008

VI.- El buen yantar del buen comunicador

Una semana más os encuentro ante el ordenador para aumentar, más si cabe, vuestra sapiencia ante el mundo que os rodea, con el único objetivo de mejorar en vuestras capacidades comunicadoras. Ay, qué orgullo me embarga la casa y el coche.

Así pues, ávidos de saber, hoy hablaremos de la alimentación periodística.

Ante un trabajo tan duro y de tan gran desgaste físico, pero sobre todo mental, como el periodístico, la dieta que ha de mantener el buen comunicador que se precie para que su organismo pueda responder en cualquier situación ha de ser equilibrada y completa.

Esto es así ya que en cualquier momento se puede desatar la noticia y hay que salir corriendo velozmente hacia la ventana de la redacción para ver la tía buena de turno que pase por la calle.

La alimentación del periodista se basa en tres tipos, que se diferencian en la fuente de la que proceda dicho alimento. A saber:

1.- Los alimentos que son adquiridos por el propio periodista.
2.- Los alimentos que se encuentra tirados en el suelo.
3.- Los alimentos que son ofrecidos al periodista por las fuentes emisoras de los hechos o noticias.


En el primero de los casos este alimento se reduce a cualquier cosa que salga de una máquina expendedora y no se quede atrapado en los muelles giratorios de la misma. Así, chocolatinas, pipas, gominolas, potajillos de frutos secos y algún que otro chicle mentolado conforman los nutrientes principales de un comunicador a lo largo de su jornada laboral.

Seguidamente, las comidas tiradas por la calle suponen el 75 por ciento de la ingesta del 95 por ciento de los periodistas y comunicadores del mundo. El 5 por ciento restante de este último porcentaje corresponde a los altos mandatarios de los medios que a pesar de que no se privan de nada, en ocasiones, hay casos registrados, han llegado a comer comida del suelo con tal de que el redactorzuelo de turno no tuviera nada que llevarse a la boca.

En contraposición a estos dos tipos, en la tercera categoría encontramos el principal grupo de alimentos: las comidas gratis, o como se conocen vulgarmente, por la patilla. Este segundo grupo está compuesto por todo aquel comestible que llega al periodista de manera gratuita en forma de almuerzo, cena y/o merendola/meriendacena con la que el pagador (véase emisor de la información) trata, aunque jamás lo admitirá, de sobornar al comunicador.

Es una trampa absurda y pueril ya que los comunicadores tienen un alma férrea e inquebrantable. Una trampa sin sentido, pero de la que se hace buena cuenta ya que el periodista se suele abalanzar sobre cualquier croqueta gratis como si fuera un contrato indefinido. Normalmente el periodista suele embotarse el estómago pero siempre con disimulo, de forma que parece que no le esté dando importancia alguna mientras en su cabeza sólo resuena la palabra “COME”. El periodista se activa en modo “Es la primera vez que como” y se ceba como las ocas.

Es por ello que los periodistas son capaces de desarrollar una técnica comunicativa especial, llamada del Camaleón, para, mientras hablan con, por ejemplo, un concejal de cultura, controlar el devenir y los movimientos al azar de los camareros del catering que llevan las bandejas repletas de canapés y dátiles envueltos en panceta frita.

Aceptar este tipo de ágapes no ponen en peligro la integridad periodística ya que el comunicador ni se entera de lo que le dicen los emisores ya que su única meta es la de llenarse el gañote en el menor tiempo posible.

Para finalizar decir que la única desventaja conocida de este último grupo de alimentos del pequeño trapezoide alimenticio del periodista es que la comida, al ser gratis, engorda el doble. Pero eso le viene bien al comunicador porque así tiene reserva de grasas saturadas para las largas hambrunas de su jornada. Además, que te quedas de un agustico que quién se resiste a meterse tres albóndigas con tomate en la boca a la vez.

lunes, 17 de noviembre de 2008

V.- La gerencia de un medio de comunicación

Hoy, el germen de lo que podría llegar a convertirse en una tradición se abre paso a través de estas humildes enseñanzas.

Hoy, en un alarde de esfuerzo, uno de nuestros bien amados protectores, uno de esos grandes benefactores, por todos conocidos y por nadie ignorados, nos muestra a nosotros simples mortales, una pequeña parcela de su enorme conocimiento.

Hoy, en la primera grandiosa colaboración que acoge esta vuestra casa/blog, un hombre que es ejemplo de todos esos grandes hombres que no necesitan mayores presentaciones nos mostrará cómo llevar a cabo y a buen puerto la bancarrota, digo, la gerencia de un medio de comunicación.

Hoy, Diego el Gerente, uno de esos Amos y Señor de las Cuentas, nos ilustrará.

El nombre de este gerente no es el real, su nombre ha sido modificado por motivos de seguridad. Cualquier parecido con la realidad no es casualidad.

Sin más dilación:



Buenas tardes. Lo primero es recordaros que el tiempo es oro, y como no quiero que vagueéis más, pequeños seres, relataré un par de rápidas directrices que hasta vosotros, en vuestra estrechez mental, que no anal, sé cómo habéis conseguido vuestro puesto en los medios, podréis seguir para medrar en vuestra vida profesional.
Como dice mi buen amigo C. Montgomery Burns: “Tres son los demonios que uno debe evitar si quiere triunfar en el mundo de los negocios: familia, religión y amistades”. Así, si escapáis de estas tres trampas estaréis en el buen camino hacia el éxito empresarial.
Otro punto del que tenéis que huir como si de la ética se tratara, es de los sentimientos de bondad, amabilidad, caridad, y derivados. Tenéis que disfrutar con machacar a la gente, pisotearla, someterla y oprimirla, humillarla a gritos… ¡Dios, cómo me estoy poniendo!... Si no disfrutáis con estas nimiedades, ¿para qué ser gerente? Por supuesto, doy por sentado que sois conocedores de que la falta de escrúpulos y moral es esencial, a la igual que la ausencia de toda culpa, a la hora de tratar a los trabajadores.
A los trabajadores hay que verlos como lo que son: dinero tirado a la basura. Cuando me cruzo con un periodista (o un fotógrafo, o el tipo de la puerta…), me entran tantas ganas de partirle la cara y romperle las piernas porque sé que su trabajo podría hacerlo un niño tercermundista con uno de esos ordenadores tan baratos y sin apenas saber escribir.
Y cuando me presentan las facturas de comidas en el MacDonalds, o de viajes en el autobús, es que ya les arrancaba el pito a pellizcos. Pero un buen gerente nunca mezcla el placer con el trabajo, y hace de tripas corazón para saludar a ese mierda chupatintas como si fuera su mejor amigo de la mili. Acostumbraros a pasear entre desagües monetarios porque si no acabareis locos por el estrés.
De todas formas para aliviar esta tensión siempre podéis vociferar insultos a todo el mundo y decir que los que te rodean son unos ineptos buenos para nada. Después, los despidos a dedo, el hecho de que los sueldos sean paupérrimos gracias a tu gestión, y engañar al personal con tratos en los que ellos no conocen ni la mitad de lo que ocurre, ayuda a rebajar la presión de estar todo el día tocándote los huevos, y oliéndote los dedos después.
Eso, e ir de vez en cuando de pilinguis a las que escupir en la boca, y a un lugar en las afueras en el que por un módico precio puedes darle una paliza a un becario de mierda, hace que la vida tenga sentido.
Y poco más hay que saber: lamer culos de gente que está por encima de ti (aunque no sabes cómo, porque son igual de gilipollas que tú), y organizar desayunos en los que gastar lo que te ahorras en colaboradores, son ocupaciones que se perfeccionan con la rutina de esta profesión.
Y sin nada más que decir, hoy soy yo el que despide este espacio en el que se me ha dado la oportunidad de poder ilustraros aunque sea un poco, a vosotros fieles esclavos de la comunicación.
Ah, por cierto, si una tía os ofrece sexo brutal a las afueras a cambio tan sólo de que estéis de beca en algún medio, no seáis desconfiados y subiros en su furgoneta, leñe, que cada vez es más difícil pillar a un buen becario al que pegarle una palicilla.


Diego, el gerente buena ente

martes, 11 de noviembre de 2008

IV.- Las malas noticias son guachi


Dedicada a Diego, el gerente buena ente,
"porque siempre viste mi valía, rey mío.
¡Hazme tuya ya, pérfido!
"

Hoy, y debido a las numerosas peticiones y amenazas recibidas, renunciaré a mi fabuloso léxico y seré lo más escueto posible. Sé que será duro para la mayoría de vosotros, gente tolerante y anhelante de recibir la educación que se merece, pero que siempre se le ha negado por motivos económicos; o raciales en algunos infortunados casos; o por desgraciados olores corporales, porqué no decirlo. Y es que a nadie se le debe negar lección alguna por la simple razón de que le huela el sobaco: y menos yo, que estoy en mi casa dando el curso a distancia y no tengo que estar oliendo la sobaquera del alumno guarro de turno.



Pero así es la vida: gracias (o debería decir, desgracias) a algunos intransigentes que lo más largo que han leído en su vida es el “Abrir por aquí” del tetra-brik de la leche, me veo en la obligación de recortar lo máximo posible mis consejos.

Sé lo que muchos estaréis pensando en estos instantes. Sé que os estaréis diciendo “pero queridísimo Tito Paco, tú que siempre has luchado por acabar con la incultura reinante y la sinrazón campante de estos tiempos modernos tan difíciles, en los que vivir resulta más que nunca un verdadero arte; tú, que nunca dejaste que el peso del mundo, las envidias y las demandas de acoso sexual truncaran tu férreo paso de Titán pro culturetas; tú, autentico hidalgo de la Palabra, verdadero lanzador del dardo etimológico, segador de los errores periodísticos, ¿por qué, oh Príncipe, claudicas antes tan banales y necias injurias, ante tan someras y fútiles muestras de nulidad, tal vez, inocente nulidad, pero inepta y estúpida nulidad al fin y al cabo, nacida de cerebros sin mundo?”.

Sé que esto, palabra arriba, palabra abajo, más o menos, es lo que estará pasando por vuestras mentes. Y sólo podría daros una respuesta que entendierais acabando con vuestras pobres esperanzas, aplastando con mi cuerpo derrotado y cansado de luchar en mil y una batallas, vuestros humildes sueños. Sé que yo debería ser paladín de esta lucha, rompeolas frente al que todo Mal se estrellara para protegeros a vosotros, mis íntegros alumnos. Pero no es así. La fuente, al fin, para regocijo de mis enemigos, se ha secado.

Y debéis aprender de este modo, la más cruel de las lecciones: ¡ay!, que yo no estaré aquí para siempre. Sé que es duro imaginar algo así, y que parece imposible, pero es cierto. Yo, como todo hijo de vecino, soy mortal. Y vosotros, polluelos míos, algún día tendréis que desprenderos de vuestro blanco plumaje infantil, deberéis desembarazaros de vuestros dientes de leche, quitaros los pañales, sacar la cabeza del cascarón cual Calimero, y emprender el viaje de la vida sin mí.

Pero recordar siempre que yo os vi partir henchido de orgullo. Y cuando el sol esté en lo más alto de su casa celestial; cuando el viento susurre entre los cipreses Tito Pacooooo, Tito Pacooooo, Tito Pacooooo, Siempre Coca-colaaaaa; cuando el invierno llegue y os parezca que no hay esperanza y que estáis rodeados por todas partes de enemigos con sed de sangre y Barcadi con limón; cuando no veáis la salida y penséis que el bosque os cierra el paso a posta; cuando llegue la noche y no veáis un carajo, pensad en mí, y en lo bien que estoy en el paro, en la estufita escribiendo estas lecciones. Nunca perdáis eso de vista. Nunca perdáis la perspectiva.

Pero ese día, a pesar de que hoy me veo recortando y autocensurando mis propios consejos, está aún lejos. Podéis seguir volando bajo mis alas, explorando el mundo despreocupadamente sabiendo que estoy ojo avizor a todos los peligros que os puedan amenazar. La fuente se ha secado, pero todavía fluye sangre por mis venas.

Y es por eso que continuo, y doy la lección como si nada, así, sin más dilación, sin andarme ni un ápice por las ramas, yendo directo al grano, o como decís los jóvenes hoy en día, al turrón:

El consejo de hoy viene a decirnos que no hay nada mejor para un emisor de noticias que una mala noticia. Las malas noticias son buenas noticias, para un periódico, se entiende. Esto trae beneficios económicos porque con las malas noticias se venden un montón de periódicos porque la gente es muy morbosa y muy sucia, y le gusta leer cosas malas que les pasan a otras personas para así sentirse ellas bien consigo mismas y con su suciedad.

Y aquí acabaría esta breve lección si no fuera porque antes he de explicar la imagen para que los menos agraciados mentalmente puedan entenderla: el fotomontaje viene a decir que una guerra es una mala noticia (a menos que seas israelita), y por ende, una buena noticia para un medio de comunicación.

Y sin nada más que decir, sólo me resta despedirme y desear que esta lección tan breve sea del agrado de mis detractores, para que, de esta forma, dejen de boicotear, no ya a mi persona, porque a mí ya me da igual, no necesito nada, tengo mi vida resuelta, pero sí a mis pobres y queridos alumnos.

Un saludín.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

III.- El respeto al periodista


Hola de nuevo, pequeños míos. Bueno, después de nuestras dos primeras lecciones espero que hayáis comenzado a utilizar de forma correcta un periódico, lo que es fundamental, como ya dijimos, para realizar una buena labor periodística.

Y es en este sentido que, antes de continuar con nuestros consejos, he de hablaros de un tema muy serio. Sé que el tono de estas lecciones no ha de ser excesivamente formal, sino que estamos aquí para aprender divirtiéndonos. Pero este es un asunto que debemos tratar como adultos, ya que está haciendo mella en la opinión que tiene la gente de la calle sobre nosotros, los dueños legítimos de la información, ya que para algo hemos estudiado una carrera.

He recibido muchas cartas preguntándome sobre el tema de la falta de respeto que muestra toda persona ajena a este maravilloso mundo que es el de los medios de comunicación, y comentándome, además, que la comunidad informativa está muy preocupada, sin saber bien qué se ha de hacer, lo que me ha demostrado el grado de inquietud en el que vivís todos vosotros. También he recibido otras cartas menos agradables, como paquetes bomba provenientes de la Asociación de Imitadores de Personajes Históricos Famosos, pero esa es otra historia.

La falta de respeto al periodista viene de la mano de rumores y habladurías tales como que, para entrar a trabajar a un periódico, se han de ofrecer favores sexuales a los redactores jefes, o que cualquiera puede ascender, siento tener que decirlo, practicando (¡dios, cómo plantear esto de un modo delicado!)… practicando el sexo oral y/o anal. Pero esto sólo son falacias que nos vejan, no únicamente como periodistas, sino como personas que somos, con nuestro corazón y nuestro hígado, y todos nuestros órganos en general.

Dichas faltas de consideración vienen dadas, como es lógico, por un desconocimiento absoluto del fabuloso ambiente de respeto y camaradería que se respira en una redacción, no por un deseo de hacer daño o menospreciar.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la redacción como la “acción y efecto de redactar", pero también como el “lugar u oficina donde se redacta”, y yo aún diría más, como el “conjunto de redactores de una publicación periódica”. Pero, en mi humilde opinión, yo considero esas definiciones como meras disecciones forenses de lo que es en realidad una redacción.

No creáis que exagero al afirmar que una redacción es el lugar más feliz sobre la faz de este glorioso planeta que llamamos Tierra. Hay quien afirma, incluso, que flota polvo de hada en el aire de una redacción. Todos los compañeros se llevan bien, y el afecto que se establece entre ellos es sincero y sano, de forma que no hay competitividad, recelos, envidias, o atracción sexual. En una redacción cada uno sabe qué es lo que tiene que hacer, y ayuda sin dudarlo en todo lo que puedan a sus compañeros que se hayan quedado un poco rezagados en sus tareas. La gente de un periódico, es sin duda, una gran gente, y nunca aceptarían ser humillados por jefes o superiores, que por otra parte, son también buena gente, desde el gerente al director, pasando por el director de recursos humanos.

De modo que debemos luchar contra este, y otros mitos, como si estuviéramos en una verdadera guerra. Debemos desterrarlos de la mente de las gentes sencillas que confunden las cosas con tanta facilidad, diciéndoles “¡No, yo entré a trabajar en el periódico (o en la radio, o en la televisión) inmaculadamente! ¡Yo nunca me agaché porque eso nunca se ha hecho, señora!”.

Debemos hacer saber que en nuestra profesión se premia el esfuerzo y la profesionalidad. Los periodistas no nos rebajamos ante nada ni nadie, y de ahí radica nuestra independencia y nuestra objetividad.

Así que la próxima vez que alguien os insinué que habéis hecho favores para entrar de becarios, o que el leif motiv de haber estudiado periodismo era conseguir un puesto de tertuliano en el programa de esa gran comunicadora que es Ana Rosa Quintana, o cualquier otra quimera que pueda asolar a los profesionales de los medios, decir:


“¡No, yo soy periodista! ¡Respéteme como tal, a mí, y a mi profesión!”

Nosotros lo merecemos.